quarta-feira, 15 de abril de 2015

Cuento de Vasalisa ! ( En español )

                                                                      


                                                               Vasalisa

Había una vez y no había una vez una joven madre que yacía en su lecho de muerte con el rostro tan pálido como las blancas rosas de cera de la sacristía de la cercana iglesia. Su hijita y su marido permanecían sentados a los pies de la vieja cama de madera, rezando para que Dios la condujera sana y salva al otro mundo.

La madre moribunda llamó a Vasalisa y la niña se arrodilló al lado de ella con sus botas rojas y su delantalito blanco.

—Toma esta muñeca, amor mío —dijo la madre en un susurro, sacando de la colcha de lana una muñequita que, como la propia Vasalisa, llevaba unas botas rojas, un delantal blanco, una falda negra y un chaleco bordado con hilos de colores.
—Presta atención a mis últimas palabras, querida —dijo la madre—. Si alguna vez te extraviaras o necesitaras ayuda, pregúntale a esta muñeca lo que tienes que hacer. Recibirás ayuda. Guarda siempre la muñeca. No le hables a nadie de ella. Dale de comer cuando esté hambrienta. Ésta es mi promesa de madre y mi bendición, querida hija.

Dicho lo cual, el aliento de la madre se hundió en las profundidades de su cuerpo donde recogió su alma y, cuando salió a través de sus labios, la madre murió.

La niña y su padre la lloraron durante mucho tiempo. Pero, como un campo cruelmente arado por la guerra, la vida del padre reverdeció una vez más en los surcos y éste se casó con una viuda que tenía dos hijas. Aunque la madrastra y sus hijas siempre hablaban con cortesía y sonreían como unas señoras, había en sus sonrisas una punta de sarcasmo que el padre de Vasalisa no percibía.

Sin embargo, cuando las tres mujeres se quedaban solas con Vasalisa, la atormentaban, la obligaban a servirlas y la enviaban a cortar leña para que se le estropeara la preciosa piel. La odiaban porque poseía una dulzura que no parecía de este mundo. Y porque era muy guapa. Sus pechos brincaban mientras que los suyos menguaban a causa de su maldad. Vasalisa era servicial y jamás se quejaba mientras que la madrastra y sus hermanastras se peleaban entre sí como las ratas entre los montones de basura por la noche.

Un día la madrastra y las hermanastras ya no pudieron aguantar por más tiempo a Vasalisa.

—Vamos… a… hacer que el fuego se apague y entonces enviaremos a Vasalisa al bosque para que vaya a ver a la bruja Baba Yagá y le suplique fuego para nuestro hogar. Y, cuando llegue al lugar donde está Baba Yagá, la vieja bruja la matará y se la comerá.

Todas batieron palmas y soltaron unos chillidos semejantes a los de los seres que habitan en las tinieblas.

Así pues aquella tarde, cuando regresó de recoger leña, Vasalisa vio que toda la casa estaba a oscuras. Se preocupó y le preguntó a su madrastra:

— ¿Qué ha ocurrido? ¿Con qué guisaremos? ¿Qué haremos para iluminar la oscuridad?
—Qué estúpida eres —le contestó la madrastra—. Está claro que no tenemos fuego. Y yo no puedo salir al bosque porque soy vieja. Mis hijas tampoco pueden ir porque tienen miedo. Por consiguiente, tú eres la única que puede ir al bosque a ver a Baba Yagá y pedirle carbón para volver a encender la chimenea.
—Muy bien pues, así lo haré —dijo inocentemente Vasalisa.

Y se puso en camino. El bosque estaba cada vez más oscuro y las ramitas que crujían bajo sus pies la asustaban. Introdujo la mano en el profundo bolsillo de su delantal donde guardaba la muñeca que su madre moribunda le había entregado. Le dio unas palmadas a la muñeca que guardaba en el interior del bolsillo y se dijo:

—Es verdad, el simple hecho de tocar esta muñeca me tranquiliza.

A cada encrucijada del camino, Vasalisa introducía la mano en el bolsillo y consultaba con la muñeca.

—Dime, ¿tengo que ir a la derecha o a la izquierda?

La muñeca le contestaba, “Sí”, “No”, “Por aquí” o “Por allá”. Vasalisa le dio a la muñeca un poco de pan que llevaba y siguió el camino que parecía indicarle la muñeca.

De repente, un hombre vestido de blanco pasó al galope por su lado montado en un caballo blanco e inmediatamente se hizo de día. Más adelante, pasó un hombre vestido de rojo montado en un caballo rojo y salió el sol. Vasalisa prosiguió su camino y, en el momento en que llegaba a la choza de Baba Yagá, pasó un jinete vestido de negro trotando a lomos de un caballo negro y entró en la cabaña de Baba Yagá. Enseguida se hizo de noche. La valla hecha con calaveras y huesos que rodeaba la choza empezó a brillar con un fuego interior, Iluminando todo el claro del bosque con su siniestra luz.

La tal Baba Yagá era una criatura espantosa. Viajaba no en un carruaje o un coche sino en una caldera en forma de almirez que volaba sola. Ella impulsaba el vehículo con un remo en forma de mano de almirez y se pasaba el rato barriendo las huellas que dejaba a su paso con una escoba hecha con el cabello de una persona muerta mucho tiempo atrás.

Y la caldera volaba por el cielo mientras el grasiento cabello de Baba Yagá revoloteaba a su espalda. Su larga barbilla curvada hacia arriba y su larga nariz curvada hacía abajo se juntaban en el centro. Tenía una minúscula perilla blanca y la piel cubierta de verrugas a causa de su trato con los sapos. Sus uñas orladas de negro eran muy gruesas, tenían caballetes como los tejados y estaban tan curvadas que no le permitían cerrar las manos en un puño.


La casa de Baba Yagá era todavía más extraña. Se levantaba sobre unas enormes y escamosas patas de gallina de color amarillo, caminaba sola y a veces daba vueltas y más vueltas como un bailarín extasiado. Los goznes de las puertas y las ventanas estaban hechos con dedos de manos y pies humanos y la cerradura de la puerta de entrada era un hocico de animal lleno de afilados dientes. Vasalisa consultó con su muñeca y le preguntó:

— ¿Es ésta la casa que buscamos?

Y la muñeca le contestó a su manera:

—Sí, ésta es la casa que buscas.

Antes de que pudiera dar otro paso, Baba Yagá bajó con su caldera y le preguntó a gritos:

—¿Qué quieres?

La niña se puso a temblar.

—Abuela, vengo por fuego. En mi casa hace mucho frío… mi familia morirá… necesito fuego.

Baba Yagá le replicó:

—Ah, sí, ya te conozco y conozco a tu familia. Eres una niña muy negligente… has dejado que se apagara el fuego. Y eso es una imprudencia. Y, además, ¿qué te hace pensar que yo te daré la llama?

Vasalisa consultó con la muñeca y se apresuró a contestar:

—Porque yo te lo pido.

Baba Yagá ronroneó.

—Tienes mucha suerte porque ésta es la respuesta correcta.

Y Vasalisa pensó que había tenido mucha suerte porque había dado la respuesta correcta.

Baba Yagá la amenazó:

—No te puedo dar el fuego hasta que hayas trabajado para mí. Si me haces estos trabajos, tendrás el fuego. De lo contrario… —Aquí Vasalisa vio que los ojos de Baba Yagá se convertían de repente en unas rojas brasas—. De lo contrario, hija mía, morirás.

Baba Yagá entró ruidosamente en su choza, se tendió en la cama y ordenó a Vasalisa que le trajera lo que se estaba cociendo en el horno. En el horno había comida suficiente para diez personas y la Yagá se la comió toda, dejando tan sólo un pequeño cuscurro y un dedal de sopa para Vasalisa.

—Lávame la ropa, barre el patio, limpia la casa, prepárame la comida, separa el maíz aflublado del maíz bueno y cuida de que todo esté en orden. Regresaré más tarde para inspeccionar tu trabajo. Si no está listo, tú serás mi festín.

Dicho lo cual, Baba Yagá se alejó volando en su caldera, usando la nariz a modo de cataviento y el cabello a modo de vela. Y cayó de nuevo la noche.

Vasalisa recurrió a su muñeca en cuanto la Yagá se hubo ido.

— ¿Qué voy a hacer? ¿Podré cumplir todas estas tareas a tiempo?

La muñeca le aseguró que sí y le dijo que comiera un poco y se fuera a dormir. Vasalisa le dio también un poco de comida a la muñeca y se fue a dormir.

A la mañana siguiente, la muñeca había hecho todo el trabajo y lo único que quedaba por hacer era cocinar la comida. La Yagá regresó por la noche y vio que todo estaba hecho. Satisfecha en cierto modo aunque no del todo porque no podía encontrar ningún fallo, Baba Yagá dijo en tono despectivo:

—Eres una niña muy afortunada.

Después llamó a sus fieles sirvientes para que molieran el maíz e inmediatamente aparecieron tres pares de manos en el aire y empezaron a raspar y triturar el maíz. La paja voló por la casa como una nieve dorada. Al final, se terminó la tarea y Baba Yagá se sentó a comer. Se pasó varias horas comiendo y por la mañana le volvió a ordenar a Vasalisa que limpiara la casa, barriera el patio y lavara la ropa.

Después le mostró un gran montón de tierra que había en el patio.

—En este montón de tierra hay muchas semillas de adormidera, millones de semillas de adormidera. Quiero que por la mañana haya un montón de semillas de adormidera y un montón de tierra separados. ¿Me has entendido?

Vasalisa estuvo casi a punto de desmayarse.

— ¿Cómo voy a poder hacerlo?

Introdujo la mano en el bolsillo y la muñeca le contestó en un susurro:

—No te preocupes, yo me encargaré de eso.

Aquella noche Baba Yagá empezó a roncar y se quedó dormida y entonces Vasalisa intentó separar las semillas de adormidera de la tierra. Al cabo de un rato la muñeca le dijo:

—Vete a dormir. Todo irá bien.

Una vez más la muñeca desempeñó todas las tareas y, cuando la vieja regresó a casa, todo estaba hecho. Baba Yagá habló en tono sarcástico con su voz nasal:

— ¡Vaya! Qué suerte has tenido de poder hacer todas estas cosas.

Llamó a sus fieles sirvientes y les ordenó que extrajeran aceite de las semillas de adormidera e inmediatamente aparecieron tres pares de manos y lo hicieron.

Mientras la Yagá se manchaba los labios con la grasa del estofado, Vasalisa permaneció de pie en silencio.

— ¿Qué miras? —le espetó Baba Yagá.
— ¿Te puedo hacer unas preguntas, abuela? —dijo Vasalisa.
— Pregunta —replicó la Yagá—, pero recuerda que un exceso de conocimientos puede hacer envejecer prematuramente a una persona.

Vasalisa le preguntó quién era el hombre blanco del caballo blanco.

—Ah —contestó la Yagá con afecto—, el primero es mi Día.
— ¿Y el hombre rojo del caballo rojo?
—Ah, ése es mi Sol Naciente.
— ¿Y el hombre negro del caballo negro?
—Ah, sí, el tercero es mi Noche.
—Comprendo —dijo Vasalisa.
—Vamos niña, ¿no quieres hacerme más preguntas? ——dijo la Yagá en tono zalamero.

Vasalisa estaba a punto de preguntarle qué eran los pares de manos que aparecían y desaparecían, pero la muñeca empezó a saltar arriba y abajo en su bolsillo y entonces dijo en su lugar:

—No, abuela. Tal como tú misma has dicho, el saber demasiado puede hacer envejecer prematuramente a una persona.
—Ah —dijo la Yagá, ladeando la cabeza como un pájaro—, tienes una sabiduría impropia de tus años, hija mía. ¿Y cómo es posible que seas así?
—Gracias a la bendición de mi madre —contestó Vasalisa sonriendo.
— ¿La bendición? —Chilló Baba Yagá—. ¿La bendición has dicho? En esta casa no necesitamos bendiciones. Será mejor que te vayas, hija mía —dijo empujando a Vasalisa hacia la puerta y sacándola a la oscuridad de la noche—. Mira, hija mía. ¡Toma! —Baba Yagá tornó una de las calaveras de ardientes ojos que formaban la valla de su choza y la colocó en lo alto de un palo—. ¡Toma! Llévate a casa esta calavera con el palo. Eso es el fuego. No digas ni una sola palabra más. Vete de aquí.


Vasalisa iba a darle las gracias a la Yagá, pero la muñequita de su bolsillo empezó a saltar arriba y abajo y entonces Vasalisa comprendió que tenía que tomar el fuego y emprender su camino. Corrió a casa a través del oscuro bosque, siguiendo las curvas y las revueltas del camino que le iba indicando la muñeca. Vasalisa salió del bosque, llevando la calavera que arrojaba fuego a través de los orificios de las orejas, los ojos, la nariz y la boca. De repente, se asustó de su peso y de su siniestra luz y estuvo a punto de arrojarla lejos de sí. Pero la calavera le habló y le dijo que se tranquilizara y siguiera adelante hasta llegar a la casa de su madrastra y sus hermanastras. Y ella así lo hizo.


Mientras Vasalisa se iba acercando a la casa, la madrastra y las hermanastras miraron por la ventana y vieron un extraño resplandor danzando en el bosque. El resplandor estaba cada vez más cerca y ellas no acertaban a imaginar qué podía ser. La prolongada ausencia de Vasalisa las había inducido a pensar que ésta había muerto y que las alimañas se habían llevado sus huesos y en buena hora.

Vasalisa ya estaba muy cerca de su casa. Cuando la madrastra y las hermanastras vieron que era ella, corrieron a su encuentro, diciéndole que llevaban sin fuego desde que ella se había ido y que, a pesar de que habían intentado repetidamente encender otro, éste siempre se les apagaba.

Vasalisa entró triunfalmente en la casa, pues había sobrevivido al peligroso viaje y había traído el fuego a su hogar. Pero la calavera que estaba contemplando todos los movimientos de las hermanastras y de la madrastra desde lo alto del palo las abrasó y, a la mañana siguiente, el malvado trío se había convertido en unas pavesas.



terça-feira, 14 de abril de 2015

Conto da Vasalisa !









  



Era uma vez, e não era uma vez, uma jovem mãe que jazia no seu leito de morte, com o rosto pálido como as rosas brancas de cera na sacristia da igreja dali de perto. Sua filinha e seu marido estavam sentados aos pés da sua velha cama de madeira e oravam para que Deus a conduzisse em segurança até o outro mundo.
A mãe moribunda chamou Vasalisa, e a criança de botas vermelhas e avental branco ajoelhou-se ao lado da mãe.
- Essa boneca é para você, meu amor - sussurrou a mãe, e da coberta felpuda ela tirou uma bonequinha minúscula que, como a própria Vasalisa, usava botas vermelhas, a avental branco, saia preta e colete todo bordado com linha colorida.
- Estas são as minhas últimas palavras queridas - disse a mãe. - Se você se perder ou precisar de ajuda, pergunte a boneca o que fazer. Você receberá ajuda. Guarde sempre a boneca. Não fale a ninguém sobre ela. Dê-lhe de comer quando ela estiver com fome. Essa é a minha promessa de mãe para você, minha bênção querida. - E, com essas palavras, a respiração da mãe mergulhou nas profundezas do seu corpo, onde recolheu sua alma, e saiu correndo pelos lábios; e a mãe morreu.
A criança e o pai choraram sua morte muito tempo. No entanto, como o campo arrasado pela guerra, a vida do pai voltou a verdejar por entre os sulcos e ele desposou uma viúva com duas filhas. Embora a nova madrasta e suas filhas fossem gentis e sorrissem como damas, havia algo de corrosivo por trás dos sorrisos que o pai de Vasalisa não percebia.
Realmente, quando as três estavam sozinhas com Vasalisa, elas a atormentavam, forçavam-na a lhes servir de criada, mandavam-na cortar lenha para que sua pele delicada se ferisse. Elas a detestavam porque Vasalisa tinha uma doçura que não parecia deste mundo. Ela era também muito bonita. Seus seios eram fartos, enquanto os delas definhavam de maldade. Ela era solícita e não se queixava, enquanto a madrasta e as duas filhas eram, entre si mesmas, como ratos no monte de lixo à noite.
Um dia a madrasta e suas filhas simplesmente não conseguiam aguentar Vasalisa.
- Vamos... combinar de deixar o fogo se apagar e, então, vamos mandar Vasalisa entrar na floresta para ir pedir fogo para nossa lareira a Baba Yaga, a bruxa. E, quando ela chegar até Baba Yaga, bem, a velha irá matá-la e comê-la. - As três bateram palmas e guincharam como animais que vivem na escuridão.
Por isso, naquela noite, quando Vasalisa voltou para casa depois de catar lenha a casa estava completamente às escuras. Ela ficou muito preocupada e falou com a madrasta.
- O que aconteceu? Como vamos fazer para cozinhar? O que vamos fazer para iluminar as trevas?
- Sua imbecil - reclamou a madrasta. - É claro que não temos fogo. E eu não posso sair para o bosque devido à minha idade. Minhas filhas não podem ir porque têm medo. Você é a única que tem condições de sair floresta adentro para encontrar Baba Yaga e conseguir dela uma brasa para acender nosso fogo de novo.
- Ora, está bem - respondeu Vasalisa inocente. - É o que vou fazer. - E foi mesmo. A floresta ia ficando cada vez mais escura, e os gravetos estalavam sob seus pés, deixando-a assustada. Ela enfiou a mão bem fundo no bolso do avental, e ali estava a boneca que a mãe ao morrer lhe havia dado.
- Só de tocar nessa boneca, já me sinto melhor - disse Vasalisa, acariciando a boneca no bolso.
A cada bifurcação da estrada, vasalisa enfiava a mão no bolso e consultava a boneca. "Bem, eu devo ia para a esquerda ou para a direita?" A boneca respondia "Sim", "Não", "Para esse lado" ou "Para aquele lado". E Vasalisa dava à boneca um pouco de pão enquanto ia caminhando, seguindo o que sentia estar emanando da boneca.
De repente, um homem de branco num cavalo branco passou galopando, e o dia nasceu. Mais adiante, um homem de vermelho passou montado num cavalo vermelho, e o sol apareceu. Vasalisa caminhou e caminhou e, bem na hora em que estava chegando ao casebre de Baba Yaga, um cavaleiro vestido de negro passou trotando e entrou no casebre. Imediatamente fez-se noite. A cerca feita de caveiras e ossos ao redor da choupada começou a refulgir com um fogo interno de tal forma que a floresta ficou iluminada com a luz espectral.
Ora, Baba Yaga era uma criatura muito terrível. Ela viajava, não num coche, nem numa carruagem, mas num caldeirão com o formato de um gral que voava sozinho. Ela remava esse veículo com um remo que parecia um pilão e o tempo todo varria o rastro por onde passava com uma vassoura feita do cabelo de alguém morto há muito tempo.
E o caldeirão veio voando pelo céu, com o próprio cabelo sebento de Baba Yaga na esteira. Seu queixo comprido era curvado para cima e seu longo nariz era curvado para baixo, de modo que os dois se encontravam a meio caminho. Baba Yaga tinha um ínfimo cavanhaque branco e verrugas na pele adquiridas de seus contatos com sapos. Suas unhas manchadas de marrom eram grossas e estriadas como telhados, e tão compridas e recurvas que ela não conseguia fechar a mão.
Ainda mais estranha era a casa de Baba Yaga. Ela ficava em cima de enormes pernas de galinha, amarelas e escamosas, e andava de um lado para o outro sozinha. Ela às vezes girava como uma bailarina em transe. As cavilhas nas portas e janelas eram feitas de dedos humanos, das mãos e dos pés, e a tranca da porta da frente era um focinho com muitos dentes pontiagudos.
Vasalisa consultou a boneca. "É essa a casa que procurávamos?" E a boneca, a seu modo, respondeu: "É, é essa a que procurávamos." E antes que ela pudesse dar mais um passo, Baba Yaga no seu caldeirão desceu sobre Vasalisa, aos gritos.
- O que você quer?
- Vovó, vim apanhar fogo - respondeu a menina, estremecendo. - Está frio na minha casa... o meu pessoal vai morrer... preciso de fogo.
- Ah, sssssei - retrucou Baba Yaga, rabugenta. - Conheço você e o seu pessoal. Bem, criança inútil... você deixou o fogo se apagar. O que é muita imprudência. Além do mais, o que faz pensar que eu lhe daria uma chama?
- Porque eu estou pedindo - respondeu rápido Vasalisa depois de consultar a boneca.
- Você tem sorte - ronronou Baba Yaga - Essa é a resposta certa.
E Vasalisa se sentiu com muita sorte por ter acertado a resposta. Baba Yaga, porém, a ameaçou.
- Não há a menor possibilidade de eu lhe dar o fogo antes de você fazer algum trabalho para mim. Se você realizar essas tarefas para mim, receberá o fogo. Se não... - E nesse ponto Vasalisa viu que os olhos de Baba Yaga de repente se transformavam em brasas. - Se não, minha filha, você morrerá.
E assim Baba Yaga entrou pesadamente no casebre, deitou-se na cama e mandou que Vasalisa lhe trouxesse a comida que estava no forno. No forno havia comida suficiente para dez pessoas, e a Yaga comeu tudo, deixando uma pequena migalha e um dedal de sopa para Vasalisa.
- Lave minha roupa, barra a casa e o quintal, prepare minha comida, separe o milho mofado do milho bom e certifique-se que está tudo em ordem. Volto mais tarde para inspecionar seu trabalho. Se tudo não estiver pronto, você será meu banquete. - E com isso Baba Yaga partiu voando no seu caldeirão com o nariz lhe servindo de biruta e o cabelo, de vela. E anoiteceu novamente.
Vasalisa voltou-se para a boneca assim que Yaga se foi.
- O que vou fazer? Vou conseguir cumprir as tarefas a tempo? - A boneca disse que sim e recomendou que ela comesse algo e fosse dormir. Vasalisa deu algo de comer à boneca também e adormeceu.
Pela manhã, a boneca havia feito todo o trabalho, e só faltava preparar a refeição. Á noite, a Yaga voltou e não encontrou nada por fazer. Satisfeita, de certo modo, mas irritada por não conseguir encontrar nenhuma falha, Baba Yaga zombou de Vasalisa.
- Você é uma menina de sorte. - Ela, então, convocou seus fiéis criados para moer o milho, e três pares de mãos apareceram em pleno ar e começaram a raspar e esmagar o milho. Os resíduos pairavam no ar como uma neve dourada. Finalmente o serviço terminou, e Baba Yaga se sentou para comer. Comeu horas a fio e deu ordens a Vasalisa que lavasse a roupa.
- Naquele monte de estrume - disse a Yaga, apontando para um enorme monte de estrume no quintal - há muitas sementes de papoula, milhões de sementes de papoula. Amanhã quero encontrar um monte de sementes de papoula e um monte de estrume, completamente separados um do outro. Compreendeu?
- Meu Deus, como vou fazer isso? - exclamou Vasalisa, quase desmaiando.
- Não se preocupe, eu me encarrego - sussurrou a boneca, quando a menina enfiou a mão no bolso.
Naquela noite, Baba Yaga adormeceu roncando, e Vasalisa tentou... catar... as... sementes de papoula... do... meio... do... estrume.
- Durma agora - disse-lhe a boneca, depois de algum tempo. - Tudo vai dar certo.
Mais uma vez, a boneca executou todas as tarefas e, quando a velha voltou, tudo estava pronto.
- Ora, ora! Que sorte a sua de conseguir acabar tudo! - disse Baba Yaga, falando sarcástica pelo nariz. Ela chamou seus criados para prensar o óleo das sementes, e novamente três pares de mãos apareceram e cumpriram a tarefa.
Enquanto a Yaga estava besuntando os lábios na gordura do cozido, Vasalisa ficou parada por perto.
- E aí, o que é que você está olhando? - perguntou Baba Yaga, de mau humor.
- Posso lhe fazer umas perguntas, vovó? - perguntou Vasalisa.
- Pergunte - ordenou a Yaga -, mas lembre-se, saber demais envelhece as pessoas antes do tempo.
Vasalisa perguntou quem era o homem de branco no cavalo branco.
- Ah - respondeu a Yaga, com carinho. - Esse primeiro é o meu Dia.
- E o homem de vermelho no cavalo Vermelho?
- Ah, esse é o meu Sol Nascente.
- E o homem de negro no cavalo negro?
- Ah, sim, esse é o terceiro e ele é minha Noite.
- Entendi - disse Vasalisa
- Vamos, vamos, minha criança. Não queres fazer mais perguntas? - sugeriu a Yaga, manhosa.
Vasalisa estava a ponto de perguntar sobre os pares de mãos que apareciam e desapareciam, mas a boneca começou a saltar dentro do bolso e, em vez disso, Vasalisa respondeu.
- Não, vovó. Como a senhora mesma diz, saber demais pode envelhecer a pessoa antes da hora.
- É - disse Yaga, inclinando a cabeça como um passarinho -, você é muito ajuizada para a sua idade, menina. Como conseguiu isso?
- Foi a bênção da minha mãe - disse Vasalisa, com um sorriso.
- Bênção?! - guinchou Baba Yaga - Bênção?! Não precisamos de bênção nenhuma aqui nesta casa. É melhor você procurar seu caminho, filha. - E foi empurrando Vasalisa para o lado de fora - Vou lhe dizer uma coisa, menina. Olhe aqui! - Baba Yaga tirou uma caveira de olhos candentes da cerca e a enfiou numa vara. - Pronto! Leve esta caveira na vara até sua casa. Isso! Esse é o seu fogo. Não diga mais uma palavra sequer. Só vá embora.
Vasalisa ia agradecer à Yaga, mas a bonequinha no fundo do bolso começou a saltar para cima e para baixo, e Vasalisa percebeu que devia só apanhar o fogo e ir embora. Ela voltou correndo para casa, seguindo as curvas e voltas da estrada com a boneca lhe indicando o caminho. Era noite, e Vasalisa atravessou a floresta com a caveira numa vara, com o brilho do fogo saindo pelos buracos dos ouvidos, dos olhos, do nariz e da boca. De repente, ela sentiu medo dessa luz espectral e pensou em jogá-la fora, mas a caveira falou com ela, insistindo para que se acalmasse e prosseguisse para casa da madrasta e das filhas.
Quando Vasalisa ia se aproximando da casa, a madrasta e suas filhas olharam pela janela e viram uma luz estranha que vinha dançando pela mata. Cada vez chagava mais perto. Elas não podiam imaginar o que aquilo seria. Já haviam concluído que a longa ausência de Vasalisa indicava que ela a essa altura estava morta, que seus ossos haviam sido carregados por animais, e que bom que ela havia desaparecido!
Vasalisa chegava cada vez mais perto de casa. E, quando a madrasta e suas filhas viram que era ela, correram na sua direção dizendo que estavam sem fogo desde que ela havia saído e que, por mais que tentassem acender um, ele sempre se extinguia.
Vasalisa entrou na casa, sentindo-se vitoriosa por ter sobrevivido à sua perigosa jornada e por ter trazido o fogo para casa. No entanto, a caveira na vara ficou observando cada movimento da madrasta e das duas filhas, queimando-as por dentro. Antes de amanhecer, ela havia reduzido a cinzas aquele trio perverso.

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"Para compreender uma história dessas, consideramos que todos os seus componentes representam a psique de uma única mulher. Desse modo, todos os aspectos da história pertecem a uma única psique que passa por um processo de iniciação. A iniciação é representada pelo cumprimento de certas tarefas. Nesse conto, há nove tarefas a serem cumpridas pela psique. Elas se concentram na aprendizagem dos hábitos da Velha Mãe Selvagem."

"A Primeira Tarefa - Permitir a morte da mãe-boa-demais"

"As tarefas psíquicas desse estágio na vida da mulher são as seguintes: aceitar o fato de que a mãe psíquica protetora, sempre vigilante, não é adequada para ser um guia para a futura vida instintiva da pessoa (a mãe-boa-demais morre). Assumir a realidade de estar só, de desenvolver a própria conscientização quanto ao perigo, às intrigas, à política. Tornar-se alerta sozinha, para seu próprio proveito; deixar morrer o que deve morrer. À medida que a mãe-boa-demais morre, a nova mulher nasce."

"A Segunda Tarefa - Denunciar a natureza sombria

Nessa parte da história, a família da madrasta má e detestável entra no mundo de Vasalisa, tornando sua vida uma desgraça. São as seguintes as tarefas desse período: aprender ainda com maior conscientização a largar a mãe excessivamente positiva. Descobrir que ser boazinha, que ser gentil e simpática não fará a vida florir. (Vasalisa torna-se escrava, masi isso de nada adianta.) Vivenciar diretamente a própria natureza sombria, especialmente os aspectos exploradores, ciumentos e rejeitadores do self (a madrasta e suas filhas). Incorporar esses aspectos. Criar o melhor relacionamento possível com as piores partes de si mesma. Deixar acumular a tensão entre quem se aprendeu a ser e quem se é realmente. Trabalhar, afinal, no sentido de deixar morrer o velho self para que nasça o novo self intuitivo."

"A terceira Tarefa - Navegar nas trevas

Nessa parte da história, o legado da mãe falecida - a boneca - orienta Vasalisa na travessia da escuridão até a casa de Baba Yaga. São as seguintes as tarefas psíquicas desse estágio: consentir em se aventurar a penetrar no local da iniciação profunda (entrada na floresta) e começar a experimentar o sentimento numinoso novo e aparentemente perigoso de estar imersa no poder intuitivo. Aprender a desenvolver a sensibilidade ao inconsciente misterioso no que se relaciona ao direcionamento e confiar exclusivamente nos próprios sentidos interiores. Aprender o caminho de volta para casa da Mãe Selvagem (obedecendo às instruções da boneca). Aprender a nutrir a intuição (alimentar a boneca). Deixar que a mocinha frágil e ingênua morra ainda mais. Transferir o poder para a boneca, ou seja, para a intuição."

"A quarta Tarefa - Encarar a Megera Selvagem

Nessa parte da história, Vasalisa encontra a Megera Selvagem pessoalmente. As tarefas desse encontro são as seguintes: ser capaz de suportar o rosto apavorante da Deusa Selvagem sem hesitar (topar com Baba Yaga). Familiarizar-se com o mistério, a estranheza, a 'alteridade' do selvagem (residir na casa de Baba Yaga por algum tempo). Adotar nas nossas vidas alguns dos seus valores, tornando-nos, portanto, também um pouco estranhas (comer seus alimentos). Aprender a encarar um poder enorme nos outros e subsequentemente nosso próprio poder. Permitir que a criança frágil e boazinha em excesso vá definhando ainda mais"

"A quinta Tarefa - Servir o não-racional

Nessa parte da história, Vasalisa pediu o fogo a Baba Yaga, e Yaga concorda se Vasalisa fizer, em troca, alguns serviços domésticos para ela. As tarefas psíquicas desse período de aprendizado são as seguintes: ficar com a Deusa Megera; aclimatar-se às imensas forças selvagens da psique feminina. Chegar a reconhecer o poder dela (o seu poder) e os poderes das purificações interiores; limpar, escolher, alimentar, criar energia e idéias (lavar as roupas da Yaga, cozinhar para ela, limpar sua casa e separar os alimentos)."

"A sexta Tarefa - Separar isso daquilo

Nessa parte da história, Baba Yaga exige de Vasalisa duas tarefas muito difíceis. As tarefas psíquicas da mulher são as seguintes: aprender a discriminar meticulosamente, a separar as coisas umas das outras com o melhor discernimento, aprender a fazer distinções sutis (ao escolher o milho mofado do milho são e ao selecionar as sementes de papoula de um monte de estrume). Observar o poder do inconsciente e como ele funciona mesmo quando o ego não está familiarizado (os pares de mãos que aparecem no ar). Aprender mais sobre a vida (o milho) e a morte (as sementes de papoula)."

"A sétima Tarefa - Perguntar sobre os mistérios

Depois de completar com sucesso as suas tarefas, Vasalisa faz algumas perguntas à Yaga. As perguntas deste estágio são as seguintes: Perguntar e tentar aprender mais a respeito da natureza da vida-morte-vida e de seu funcionamento (Vasalisa pergunta sobre os cavaleiros). Aprender a verdade acerca da capacidade de compreender todos os elementos da natureza selvagem ('saber demais pode envelhecer a pessoa antes do tempo')."

"A oitava Tarefa - De pé nas quatro patas

Baba Yaga sente repulsa pela bênção da mãe falecida e dá a Vasalisa a luz - uma caveira incandescente numa vara - dizendo-lhe que se vá. As tarefas desta parte da história são as seguintes: assumir um poder imenso de ver e afetar os outros (o recebimento da caveira). Ver as situações da própria vida com essa nova luz (descobrir o caminho de volta à família da madrasta)."

"A nona Tarefa - Reformular a sombra

Vasalisa volta para casa com a caveira incandescente na vara. Ela quase a joga fora, mas a caveira a tranquiliza. Uma vez de volta a casa, a caveira observa a madrasta e suas filhas, queimando-as até reduzi-la a cinzas. Vasalisa tem uma vida longa e feliz daí em diante.
São as seguintes as tarefas desse estágio: usar a própria visão aguçada (os olhos incandescentes) para reconhecer a sombra negativa da nossa prórpia psique e/ou os aspectos negativos das pessoas e acontecimentos do mundo exterior bem como para reagir a eles. Reformular as sombras negativas da própria psique com o fogo-da-megera (a perversa família da madrasta, que anteriormente torturava Vasalisa, é reduzida a cinzas)."